El trabajo pastoral que se lleva a cabo en nuestra Diócesis se ha desarrollado siempre de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, en especial el Plan Diocesano de Pastoral que está inspirado en las orientaciones del magisterio de la Iglesia universal y en las líneas pastorales contenidas en los documentos del magisterio de los obispos latinoamericanos.
En esta primera fase del Plan de Pastoral, la Diócesis se ha trazado el siguiente objetivo: “El conjunto de bautizados y personas de buena voluntad que habitan en la Diócesis de Saltillo, promoviendo su sentido de pertenencia al pueblo de Dios, se sensibilizan respecto a su dignidad de personas e hijos de Dios, con el fin de llegar a constituirse como un pueblo fraterno”.
Es en este contexto orgánico que la Diócesis ha venido realizando un proceso de atención pastoral con las personas homosexuales, cuyo desarrollo ha seguido con particular interés la Congregación para la Doctrina de la Fe. Atendiendo a las indicaciones de dicha Congregación, doy a conocer la siguiente NOTA sobre cuestiones doctrinales relacionadas con este tema y sus implicaciones para la acción pastoral.
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Nota sobre cuestiones de la doctrina de la iglesia
Que es indispensable salvaguardar
En la pastoral con personas homosexuales
Fr. Raúl Vera López, O.P.,
Obispo de Saltillo
La pastoral de la Iglesia ante los retos actuales de la sexualidad humana
La manera y las formas como hoy se vive y expresa la sexualidad humana representan una serie verdadera de retos que son una cuestión de máxima importancia para la vida personal de los cristianos y para la vida social de nuestro tiempo.[1] Aunque es un hecho que la sexualidad humana no siempre se aborda de manera adecuada, porque catequética o pastoralmente se trata con frecuencia sólo de manera pudorosa y como preparación al sacramento del matrimonio, la educación para la vivencia de la misma sexualidad es una exigencia para la tarea pastoral de la Iglesia a la que es imperativo responder con marcos de referencia que tengan en cuenta luz que nos proporciona la Revelación.
La CDF nos informa que se constata el hecho de que en el campo de la educación y de la formación moral ha habido quienes han propuesto condiciones y modos de comportamiento contrarios a las verdaderas exigencias morales del ser humano, llegando a favorecer a un hedonismo licencioso[2], distante de la moral sexual católica que se basa en la la ley natural, en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en el Magisterio. Para el comportamiento sexual la moral católica proporciona principios generales para fundamentar estas relaciones.
Sabemos bien que todo lo que Dios creó es bueno(cfr. Gén1,31),que la persona humana y la sexualidad son inseparables y sagradas[3] y que en sí mismo el sexo no es pecaminoso ni un obstáculo para una vida plena en la gracia, porque la carne es soporte de la salvación.[4] Del mismo modo, las relaciones de intimidad a través de las cuales se transmite la vida humana son honestas y dignas si no se realizan fuera del sacramento matrimonial, y cuando no se evita deliberadamente la función reproductiva.[5]
En el campo de la sexualidad humana, la Iglesia prohíbe la pornografía, la masturbación, la fornicación, la prostitución, la violación, el adulterio, los actoshomosexuales[6] y los métodos anticonceptivos [7] como acciones que contradicen la castidad y la dignidad del matrimonio.
Además, según la enseñanza de la Iglesia la persona humana no puede proceder según su personal arbitrio, porque “en lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente”.[8]Los Obispos y los demás agentes de pastoral están llamados a responder de acuerdo a las exigencias y a las necesidades de sus fieles sobre este punto tan importante respecto a la formación de la conciencia moral.
La pastoral y los desafíos de la atención a las personas con orientación homosexual
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados como contrarios a la ley natural, pues no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual y, por tanto, no pueden recibir aprobación.[9] Afirma la Congregación, sin embargo, que las “personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades,[10] teniendo siempre en cuenta que, según la ética católica, no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca una justificación moral a estos actos por considerarlos conformes a la condición de esas personas.[11]
También, enseña la CDF que “su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia” [12] sin llegar a una justificación moral de estos actos, porque “la dignidad y la vocación humanas piden que, a la luz de su inteligencia, ellos descubran los valores inscritos en la propia naturaleza, que los desarrollen sin cesar y que los realicen en su vida para un progreso cada vez mayor”. [13]
Tomando en cuenta la constante agresión y discriminación en las que viven las personas homosexuales en nuestra Diócesis de Saltillo, hemos decidido dar respuestas a su condición a través de servicios pastorales para ellas, conduciendo siempre nuestro trabajo a la luz del Evangelio y de las enseñanzas de la Iglesia.
Por ello, después de enunciar algunas cuestiones claves de la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad humana y sobre los actos homosexuales, nos referimos a la doctrina de la Iglesia en dos cuestiones importantes, y que se deben tomar muy en cuenta en el trabajo pastoral con personas homosexuales: las uniones entre parejas homosexuales y la castidad.
Las uniones entre parejas homosexuales
La CDF en el documento Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones homosexuales del 3 de junio de 2003 aclara la delicada cuestión referente a la equiparación que se intenta hacer de las uniones entre personas homosexuales y el matrimonio, y lo hace “para proteger y promover la dignidad del matrimonio, fundamento de la familia, y la solidez de la sociedad, de la cual esta institución es parte constitutiva”[14], y ofrece, además, una serie de argumentaciones para oponerse a las instancias que buscan la legalización de dichas uniones, considerando que no se les debe conceder ningún tipo de reconocimiento ante la ley.[15]
El matrimonio, instituido por Dios mismo, goza de una naturaleza que le es propia y que lo distingue de cualquier otra unión entre personas, y tiene unas propiedades y finalidades que lo configuran como una verdadera alianza de amor, destinada a la realización de los esposos y a la transmisión de la vida,[16] dando origen a la familia, dentro de la cual el ser humano encuentra los recursos que ayudan a formarse para alcanzar su vocación de hijo de Dios y hermano de sus semejantes. El matrimonio sólo puede existir como unión entre varón y mujer, quienes al hacer la entrega mutua y exclusiva de sus personas, van realizando una vida de comunión profunda que les permite madurar mutuamente y disponerse a colaborar con Dios en la generación y educación de nuevas vidas.[17]
En las narraciones de la creación del ser humano en la Biblia, quedan asentadas las cualidades naturales con las que Dios mismo determinó la identidad del matrimonio: creados a imagen de Dios (Gén 1,27), varón y mujer tienen la misma dignidad y, como parte integrante de sus personas, la sexualidad define su identidad y les abre el camino para el encuentro fecundo que los lleva a vivir plenamente, tanto su dimensión corporal como espiritual: «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y se harán una sola carne» (Gén 2, 24).[18]
El Señor Jesús, por su parte, ha elevado la unión matrimonial a la dignidad de sacramento, y el mismo matrimonio se convierte así en un signo eminente de la alianza redentora entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5, 32). El matrimonio es, por ello, reflejo fiel del misterio de amor con el que el Hijo de Dios ha amado al pueblo de la nueva alianza, por cuya salvación ha entregado su vida[19].
Comprendido así el matrimonio, la Iglesia, por tanto, no reconoce ninguna posibilidad de equipararlo a las uniones entre personas del mismo sexo, las cuales no gozan de los atributos de complementariedad, fecundidad y permanencia con los que el Señor ha distinguido al pacto matrimonial, porque estas uniones “cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”.[20]
En la Sagrada Escritura los actos homosexuales son presentadas como opuestas a la voluntad de Dios (cf. Gen 19,1-11; Lev 18,22; 20,13;Rm 1, 24-27;1 Cor 6, 9; 1 Tim1, 10); y de esos mismos texto se deduce el hecho de que son “intrínsecamente desordenados”[21]. De igual manera son juzgados por los autores eclesiásticos de los primeros siglos, y unánimamente este juicio moral es aceptado por la Tradición católica.[22] Se trata de pecados graves contrarios a la castidad y a la ley natural.[23] Sin embargo, poseer un recto juicio moral sobre esta materia, no justifica concluir sin más en la condena moral de las personas homosexuales.[24] Con ellos y ellas estamos obligados, como nos enseñan el Evangelio y la Iglesia, a tener el trato digno y respetuoso que todo ser humano merece, sin ningún signo de injusta discriminación.[25]
Homosexualidad y Castidad
La vivencia de la castidad como una exigencia permanente de la vida cristiana, es también un compromiso de las personas homosexuales. Como todo bautizado, deben crecer constantemente en el seguimiento de Cristo, identificarse con el Maestro y madurando en las distintas dimensiones de su persona, dar testimonio de la fe en el amor generoso y desinteresado a los demás. El Catecismo de la Iglesia Católica nos ha recordado que “estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición. Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana” [26].
La gracia de Dios y la propia y firme voluntad de las personas homosexuales harán que su vida toda, incluida la dimensión de la sexualidad, sea vivida evangélicamente, sin distorsiones que causen daño en sus relaciones humanas. La castidad, como toda virtud, se alcanza con el ejercicio consciente y permanente, y está destinada a dotar al bautizado de una calidad de vida tal que le permita practicar el amor generoso e incondicional a los demás, a semejanza del Señor Jesús, que se entregó por todos sin ninguna condición (Cf. Mt 20,26-28)
En la pastoral que llevamos a cabo y que pretende atender a las personas homosexuales e integrarlas a la vida diocesana, la educación para la responsabilidad en el ejercicio de la sexualidad siempre ha sido una nota integrante de nuestras orientaciones, con la finalidad de que se comprenda mejor lo que la castidad exige y aconseja[27]; además hemos procurado dejar en claro la obligación moral que tienen los creyentes de actuar en este campo conforme a la Palabra de Dios y a la enseñanza de la Iglesia, y para quienes no comparten nuestra fe, siempre será válido recordar que “en lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal, y en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente”.[28]
Saltillo, Coahuila, 30 de agosto, 2012
Fr. Raúl Vera López, O.P.
Obispo de Saltillo
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[1]Cfr. Concilio Vaticano II, “Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo "Gaudium et Spes", n. 47
[2]Cfr. Declaración Persona humana, acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, 29 de diciembre de 1975, n. 1
[3]Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2332
[4]Ibid., 1015
[5]Cfr. Pablo VI,Encíclica Humanae Vitae n. 11
[6]Catecismo de la Iglesia católica, 2351–2357, 2380; Cf. CDF Declaración Persona humana, n. 3
[7]Cfr. Humanae Vitae, n. 14
[8]Const. Gaudium et spes n. 16.
[9] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2357; Persona Humana , n. 8
[10]Persona humana, n. 8
[11] Cfr. Ibid.
[12] Ibid.
[13] Ibid. n. 3
[14]Cf. CDF, Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones homosexuales, 3 junio 2003, n. 1
[15]Ibid. nn. 5-9
[16]Cf. Const. Gaudium et spes n. 48
[17]Cf. Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones homosexuales, n. 2
[18]Cf. Ibid. n. 3
[19]Cf. Ibid.
[20]Cf. Ibid. n. 4; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2357; CDF Carta sobre la atención pastoral a las persona homosexuales, n. 7
[21]Cf. Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones homosexuales, n. 4; Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, n.6; Persona humana, n. 8
[22]Cf. Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones homosexuales, n. 4;S. Policarpo,Carta a los Filipenses, V, 3; S. Justino, Primera Apología, 27, 1-4; Atenágoras,Súplica por los cristianos, 34
[23]Cf. Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones homosexuales, n. 4;Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2396; Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, n. 6
[24]Cf. Persona Humana, n. 8
[25]Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2358; Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, n. 12
[26]Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2358-2359
[27]Persona humana, n. 11
[28]Gaudium et spes, n. 16;
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