DEL ENCUENTRO CON JESUCRISTO A LA SOLIDARIDAD CON TODOS (RESUMEN)
El objetivo del documento es orientar a los católicos y a las personas de buena voluntad a reflexionar y actuar ante los desafíos de nuestro país al inicio del tercer milenio, a la luz del encuentro personal con Jesucristo, para contribuir a la misión y a la transformación nacional.
El proceso histórico evangelizador de México, desde la integración de culturas en el “acontecimiento Guadalupano” hasta la normalización de las relaciones con el Estado en 1992, es signo de la presencia de Jesucristo a través Santa María de Guadalupe.
Al iniciar el nuevo siglo, se advierte una creciente globalización caracterizada por la prevalencia de la economía financiera internacional y los tratados comerciales. A pesar de los beneficios macroeconómicos, aumenta la desigualdad de oportunidades. Se advierte una crisis en el papel del Estado como motor en la construcción del bien común y de una sólida política social. México es uno de los países con mayor desigualdad en la distribución de la riqueza.
Aunque las reformas implantadas en 1992 al campo habían fomentado la exportación, la falta de acompañamiento a los campesinos en estos nuevos procesos ha incrementado la migración y la economía informal. Surge la violencia en centros urbanos y rurales, así como la vinculación de grupos indígenas y campesinos a las redes del narcotráfico.
Los acontecimientos de 1994, entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) y el levantamiento armado en Chiapas, son reflejo de los contrastes en México. Se debe buscar una integración e interrelación fundadas en la justicia en la diversidad de culturas y etnias. Se ve positiva la apertura a la alternancia política (que ocurrió en 2000).
México vive una situación de cambio profundo y complejo que origina una nueva cultura y un nuevo estilo de vida caracterizados por:
- Una sociedad más plural y abierta que exige reconocimiento.
- Una sociedad cansada de la corrupción que exige transparencia y autoridades legítimamente elegidas.
- Búsqueda de un nuevo modelo de desarrollo integral fundado en la justicia social.
- Anhelo de un desarrollo sustentable que cuide el equilibrio del medio ambiente.
- La reivindicación de la sociedad mexicana como sujeto de su propio destino.
Juan Pablo II (1999) advertía sobre la confluencia de tres realidades en México: la antigua y rica sensibilidad de los pueblos indígenas; el cristianismo arraigado en los mexicanos; y la moderna racionalidad de corte europeo. Frente a estas realidades, la Iglesia busca construir una nación donde las riquezas de cada persona y comunidad puedan confluir libremente, sin odio ni violencias, hacia un destino común. Esto será posible desde el anuncio del Evangelio, que asume la verdad de Dios y la verdad del hombre, llamado al amor y a la plenitud de vida.
La Iglesia en México enfrenta desafíos:
- Atender a los católicos a fin de llevarlos a un encuentro con Jesucristo, camino de conversión, comunión, solidaridad y misión.
- Fortalecer los espacios institucionales que requieren una renovación de métodos y expresiones evangelizadoras y catequéticas.
- Mejorar y compartir formas evangelizadoras que estén respondiendo favorablemente.
- Desarrollar nuevas propuestas evangelizadoras y catequéticas capaces de incidir en los diferentes ambientes: áreas urbanas, medios de comunicación y métodos informales de educación en la fe.
Este proceso de renovación requiere conversión personal y eclesial, a partir del encuentro con Jesucristo, que es capaz de penetrar, asumir, purificar y transformar la cultura. En México el cristianismo ha vitalizado la cultura. Los avatares del siglo XIX, aunados a la pérdida de capacidad eclesial para dialogar con el mundo, llevaron a una automarginación de gran parte del pueblo católico de México del mundo de la cultura. Se debe hacer entrar el Evangelio a la cultura, descubriendo la profundidad de los lenguajes, mediante el diálogo y la apertura.
El encuentro con Jesucristo vivo lleva a los creyentes a una conversión real y profunda que encuentra su expresión social en la virtud de la solidaridad, fuente de amor fraterno, perdón y reconciliación, que hace de las personas sujetos de su propio destino. La identidad de una Nación no radica en una soberanía meramente política o económica, sino en esta otra soberanía fundada en la cultura y el pueblo. Y la cultura mexicana tiene fuertes raíces cristianas, que configuran la identidad de la Nación.
La fe católica y el hecho Guadalupano permiten hablar de un pueblo de pueblos, de una unidad en la diversidad. El pueblo mexicano, que posee un origen común, se configura como Nación con identidad propia. La Nación, como realidad cultural, es anterior al Estado, comunidad política y jurídicamente organizada, que tiene como fin ayudar a construir el bien común por medio de la solidaridad.
De la verdad, el bien, la justicia, la dignidad de la persona brotan principios que permiten una vida social más articulada: el bien común, la solidaridad, la subsidiariedad, la autoridad como servicio, la soberanía cultural, la soberanía política y el amor preferencial –no exclusivo, ni excluyente- a los más pobres.
Para la adecuada transición del sistema político se requiere actualizar la Constitución Política para una reconsideración de la dignidad de la persona, de sus derechos y obligaciones, de la historia de la Nación y del nuevo escenario nacional e internacional, a fin de evitar el retorno al autoritarismo o degenerar en demagogias.
Ante la impunidad, la ilegalidad, el crimen organizado, el narcotráfico, no basta establecer medidas coercitivas en la prevención del delito y en el cumplimiento de la ley, sino que se requiere crear condiciones indispensables para el bien común.
El término “nuevo proyecto de Nación” es inaceptable ya que la Nación como realidad cultural e histórica emana de un origen común. Más bien se debe buscar un proyecto al servicio de la Nación, solidario, plural e incluyente al servicio de las personas y las familias, a partir del diálogo entre los diversos actores y el respeto a los derechos y deberes que brotan de la naturaleza humana.
La laicidad del Estado significa la aconfesionalidad basada en el respeto y la promoción de la dignidad humana y por lo tanto el reconocimiento explícito de los derechos humanos, particularmente del derecho a la libertad religiosa. Este derecho se amplía al tema de la educación; el Estado, al garantizar este derecho humano fundamental, debe promover mecanismos para que quien lo desee pueda recibir educación religiosa en escuelas públicas y privadas.
El Estado tiene el deber de velar y defender el derecho natural de todo ser humano a la vida y a la integridad física, desde la concepción hasta la muerte. Todo fiel laico tiene derecho a las opciones políticas de su preferencia. La Doctrina Social de la Iglesia ofrece principios y directrices, pero no impone una ideología partidista. Se reafirma la posición de la Iglesia de no asociarse con ningún compromiso político.
Una vida digna para todos: se advierte el crecimiento de la pobreza y el deterioro de las “clases medias”. El desarrollo auténtico ha de favorecer la plena realización material y espiritual. Por eso, la actividad económica debe derivar de una serie de principios éticos fundados en la dignidad humana. La justicia social sólo se da cuando la sociedad realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que es debido según su naturaleza y su vocación.
El trabajo humano: transforma la realidad y repercute en la persona, a la que cultiva. El trabajo pertenece a la cultura, es un aporte al bien común. Es clave en la cuestión social.
El desarrollo verdadero: el desarrollo mira a la integralidad de la Persona, de la familia, de los grupos; a los aspectos materiales y espirituales. Por eso, las claves para el desarrollo son:
- El respeto a la dignidad de la persona, a su vida y al matrimonio en su aspecto unitivo y procreativo.
- La promoción del valor de la familia, unidad primaria de convivencia que colabora al bien integral de la Nación.
- El fortalecimiento de la educación, de niños, jóvenes y adultos para que tengan una visión integral sobre la naturaleza y dignidad de la persona.
- Una visión diferenciada de la economía de mercado: no ver en el mercado al único regulador de la economía y del éxito.
- El crecimiento económico no equivale a desarrollo: el crecimiento económico no produce automáticamente empleos bien remunerados, seguridad, respeto a las leyes justas. Se requiere un modelo de desarrollo que haga posible a cada persona crecer de modo integral y armónico. Toca a los laicos la búsqueda de soluciones prácticas que permitan corregir las disfunciones del actual modelo económico.
¿Cómo crear y fortalecer las condiciones que permitan la generación de más empleos con mejor remuneración? ¿Cómo promover intercambios exteriores que no vulneren el mercado interno, sobre todo por la desproporción entre nuestro país y otras grandes economías? ¿Cómo vincular la inversión extranjera a la corresponsabilidad en el desarrollo del país? ¿Cómo impulsar una normatividad que permita que la intermediación entre el productor y el consumidor sea más respetuosa y no abusiva?
¿Cómo lograr que las grandes decisiones económicas se tomen en espacios de participación responsable? ¿Cómo lograr que el desarrollo sea financiado desde el ahorro interno más que desde el endeudamiento con el exterior? ¿Cómo crear y fortalecer mecanismos novedosos que fomenten la cultura del ahorro y del crédito para los sectores más desfavorecidos? ¿Cómo crear una política integral que permita modificar a fondo las causas de la indigencia para que en los pobres y desde ellos puedan surgir los mecanismos que permitan generar desarrollo? ¿Cómo asegurar la transparencia de la recaudación fiscal y las finanzas públicas que aumenten la colaboración y la confianza de todos en el bien común?
¿Cómo normar la competencia y combatir los monopolios? ¿Cómo participar en acciones internacionales que promuevan un desarrollo ordenado, solidario y justo de todas las naciones? ¿Cómo lograr sindicatos más libres, autónomos y promotores de la dignidad humana del trabajo y el trabajador? ¿Cómo lograr que el trabajador posea las oportunidades para educarse, atender su salud, descansar, tener un salario justo, para su desarrollo personal integral? ¿Cómo trabajar para que el desarrollo sustentable sea sostén y factor de viabilidad ecológica, ética y práctica para las actividades productivas? El único desarrollo moralmente justo es el que promueve la integridad de la persona, sin unilateralismos.
La educación es un proceso de comunicación y asimilación sistemática de la cultura para la formación integral de la persona humana. La educación de inspiración cristina debe fomentar la participación, el diálogo, la inculturación, el cambio social, la inserción familiar y el cuidado del medio ambiente; una cultura auténticamente democrática, caracterizada por la participación, la solidaridad, la subsidiaridad y la promoción de los derechos humanos. La democracia no es sólo la posibilidad de elegir a los gobernantes, es hacer que la persona asuma el liderazgo y responsabilidad sobre su destino, que el pueblo ejerza el poder que le corresponde por propio derecho. Se trata que la educación transmita a los educandos un equilibrio entre los derechos y las obligaciones.
Es necesario, a través de una educación que permita promover espacios creadores de cultura, combatir el conformismo y la apatía, producto de un conjunto de antivalores que se han generado luego de años de gestas por la libertad y la justicia, aunado al trauma que produjo la conquista.
El sentido de unión de México se basa en el acontecimiento Guadalupano, que permite reunir lo disperso, lo diferente. Jesucristo, que ha dado a la Iglesia la misión de anunciarlo y así, lograr una cultura nacional más humana, nos dará el impulso y la sabiduría para llevarlo a cabo.
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