LA RECONSTRUCCIÓN DE NUESTRA CIUDAD, J. FRANCISCO CARDENAL ROBLES ORTEGA
+ Arzobispo de Monterrey 2
ÍNDICE Introducción
1. Los protagonistas de la reconstrucción
a. La Iglesia
b. La familia
c. La educación
d. El Estado
e. La sociedad
f. El mundo empresarial
2. Los valores de la reconstrucción
a. El valor moral
b. La solidaridad
c. La justicia
d. El trabajo
e. La honestidad
f. La unión
g. La sana austeridad
h. La paz
Conclusión3
A LA IGLESIA QUE PEREGRINA EN MONTERREY: ¡PAZ Y BIEN!
Muy queridos hermanos y hermanas en el Señor:
¡Jesucristo ha resucitado, aleluya, aleluya! Este es el grito jubiloso de la Pascua que pone en pie a todos los cristianos del mundo para anunciar la Bue-na Noticia. Es el grito de la Pascua que también resuena en nuestra ciudad, entre nuestras montañas, en cada parroquia, en los hospitales, en los colegios, en las cárceles, en cada casa. Cristo, nuestra esperanza, ha resucitado. Como a los primeros discípulos del Señor, la resurrección nos lleva a mirar al Cielo, pero al mismo tiempo, nos compromete con nuevas fuerzas, con mayor moti-vación y más sólida convicción, en la renovación de nuestra sociedad y en la vivencia de nuestra fe en el mundo, sabiendo que ya hemos vencido en Cristo. Por eso, ahora, en la Pascua, es el momento para emprender una tarea difícil, pero posible y necesaria: la renovación de nuestra sociedad.
En la reciente asamblea pastoral de diciembre de 2010, en que nos re-unimos para preparar el plan de pastoral orgánica, publicado el 9 de marzo de este año, una y otra vez se habló de la necesidad de que nuestra iglesia particu-lar viva un verdadero compromiso con la realidad social en la que estamos inmersos. Como objetivo principal de nuestra arquidiócesis nos propusimos renovar las parroquias hasta convertirlas en comunidades de discípulos misio-neros comprometidos con la realidad social en la que vivimos. Esa es la hoja de ruta que nos traza el plan de pastoral orgánica. Queremos que la iglesia de Cristo que peregrina en Monterrey sea una auténtica comunidad de discípulos misioneros comprometidos con nuestra sociedad.
En el análisis que precedió a la redacción de ese plan pastoral, apareció continuamente una realidad que no se puede negar: el deterioro de nuestra convivencia ciudadana. Efectivamente, constatamos que, en un breve lapso de tiempo, la convivencia ciudadana se ha quebrantado mucho y el ambiente mo-ral de Monterrey se ha resentido de una profunda crisis de valores que se per-cibe en múltiples manifestaciones. El aumento de la adicción a las drogas en nuestros jóvenes, la presencia del así llamado "narcomenudeo" en las calles de la ciudad, los jóvenes embriagados por el alcohol en los fines de semana, el debilitamiento del papel educativo de la familia y el incremento desorbitado de los actos delictivos, son síntomas palpables de una destrucción moral que afecta gravemente a nuestra sociedad. 4 Dentro de este debilitamiento de la convivencia, la
Considerando estos datos, parece urgente comenzar una verdadera re-construcción, total, profunda, sin perder de vista que toda reconstrucción siempre ofrece la posibilidad de hacer las cosas bien y mejorar lo anterior, de volver a empezar superando los defectos y proponiéndonos nuevos objetivos más ambiciosos que ayuden a reconstruir el tejido social de nuestra ciudad y las condiciones de vida de todos los que habitamos en ella.
Estos días de Pascua de Resurrección reviven y actualizan la victoria de Cristo sobre el mal y sobre la muerte de un modo definitivo. La Pascua es un nacimiento en la esperanza y una invitación constante a mirar las cosas de arriba: "inseguridad ciuda-dana se ha convertido en un tema recurrente en nuestras conversaciones por-que las acciones criminales han comenzado a ser ya una realidad cotidiana. En poco tiempo, casi sin darnos cuenta, hemos pasado de vivir en una ciudad tranquila y serena, a encontrarnos en un mundo inseguro, y a organizar nuestra vida tomando en cuenta unas nuevas realidades a las que tenemos que enfren-tarnos cada día: el miedo y la inseguridad. Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra"1 La Pascua es la fiesta del optimismo, de la renovación: "Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues sois ázimos. Por-que nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y verdad"2. Es la ocasión para dejar atrás el apego al mal y buscar el bien por encima de todo. Por eso, esta Pascua puede ser el ini-cio de una reconstrucción que no se puede demorar mucho más. Hay un es-fuerzo que realizar, pero con la certeza de que Cristo ha vencido el mal y ha renovado el mundo con su ofrecimiento y su victoria. Todos juntos, con esas claves que nos ofrece la Pascua, podemos salvar nuestra ciudad. 1 Col 3,1-2. 2 1 Cor 5,7-8.
1. Los protagonistas de la reconstrucción
a. La Iglesia Entre los responsables de esta reconstrucción moral y social de Monte-rrey, no podemos dejar fuera a la Iglesia Católica con su presencia como reli-gión mayoritaria en la ciudad. 5 La primera constatación que tenemos que hacer es que nosotros, Iglesia, también necesitamos reconstruirnos. Hemos sido sacudidos por escándalos muy graves que nos han afectado últimamente, y esto nos tiene que llevar a examinar cómo hemos reaccionado y a replantearnos si estamos cumpliendo de verdad la misión que Cristo nos ha asignado. Somos los primeros que nece-sitamos evangelizarnos y construir nuestra vida desde el Evangelio, sin tapu-jos ni componendas.
En nuestra acción pastoral, tenemos que ser un apoyo real para nuestros hermanos y ayudarles a recuperar la esperanza; no una esperanza utópica e irracional a pesar de todo, sino la esperanza de quien sabe que Dios no nos abandona nunca y con la certeza de que "sabemos que en todas las cosas in-terviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llama-dos según su designio"3. Recuperar la fe y la esperanza y fortalecerlas es segu-ramente el mejor recurso para seguir trabajando con motivación, convicción y compromiso en esta reconstrucción de la sociedad que tenemos delante. 3 Cf. Rom 8,28. 4 ARQUIDIÓCESIS DE MONTERREY, Plan de Pastoral Orgánica 2011 - 2015, pág. 89. Las otras tres líneas de acción se encuentran en las páginas: 93, 97 y 101 del mismo documento.
Hoy, más que nunca, los pastores tenemos que acercarnos a nuestros feligreses. Ellos necesitan de nuestra presencia, testimonio y orientación. Nos miran a nosotros esperando una guía, una motivación y también, sobre todo, un
Tenemos que reconocer que muchas veces hemos descuidado la forma-ción y el crecimiento en la fe. Y, por ello, hoy más que nunca, hay que insistir en la formación cristiana, en la espiritualidad. Necesitamos presentar de nuevo a Cristo como Salvador y como modelo de vida. Como dice nuestro plan de pastoral orgánica 2011 - 2015, nuestra primera línea de acción debe ser "
También tenemos que poner en el centro de nuestras vidas y de nuestras enseñanzas el amor a Dios y al prójimo sobre todas las cosas, tal y como nos enseñó Jesucristo. En nuestra predicación, en nuestra catequesis, es el momen- testimonio personal. Tienen derecho a pedirlo y tenemos el deber de dárse-lo. que todas las personas tengan un encuentro vivo y kerigmatico con Jesucristo, para que logren una conversión personal, y puedan iniciarse como discípulos misioneros de él"4. Y los primeros que debemos vivir esa conversión somos nosotros. 6 to de insistir en el amor a Dios. Más que nunca, los católicos tenemos que ac-tuar movidos por el amor a Dios y volver a creer en ese amor que nunca falla. El amor de Dios es el punto seguro para edificar una renovación espiritual en la Iglesia. Dios que se ha manifestado como amor nos pide una respuesta de amor.
Ante los graves problemas del país, se puede presentar la tentación de que la Iglesia asuma un protagonismo político que no le corresponde, pero "la Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. No obstante, le interesa sobremanera tra-bajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien"5. 5 BENEDICTO XVI, carta encíclica Deus caritas est, 28. 6 PONTIFICIO CONSEJO "JUSTICIA Y PAZ", Compendio de doctrina social de la Iglesia, 118.
Los católicos no debemos olvidar que un buen católico es necesaria-mente un buen ciudadano, consciente de sus deberes y derechos sociales, inte-grado en su comunidad y un constante luchador por el bien y la verdad en su vida y en su ambiente, alguien que sabe ser misericordioso y comprensivo con los demás, pero al mismo tiempo inflexible ante el pecado y el mal en cual-quiera de las formas que pueda presentarse en la sociedad.
Los católicos sabemos que, además del pecado personal, existe el peca-do social que también debe ser erradicado de nuestras vidas y de nuestra so-ciedad. "Es social todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones entre persona y persona, entre la persona y la comunidad, y entre la comuni-dad y la persona. Es social todo pecado contra los derechos de la persona humana, comenzando por el derecho a la vida, incluido el del no-nacido, o contra la integridad física de alguien; todo pecado contra la libertad de los demás, especialmente contra la libertad de creer en Dios y de adorarlo; todo pecado contra la dignidad y el honor del prójimo. Es social todo pecado contra el bien común y contra sus exigencias, en toda la amplia esfera de los dere-chos y deberes de los ciudadanos"6. El católico, el cristiano, no puede condes-cender con estos pecados que afectan gravemente al amor al próximo, base de la enseñanza moral del Evangélico. 7
b. La familia Las presiones y el estrés de la sociedad actual hacen que los padres de familia no cuenten con mucho tiempo para dedicarlo a sus hijos en un ambien-te de serenidad. Y esto ha hecho que, poco a poco, se debilite el papel educati-vo de la familia. Ante las dificultades que entraña actualmente la tarea de edu-car a los hijos, no son pocos los padres de familia que, más o menos conscien-temente, y muchas veces movidos por la circunstancias, han tirado la toalla y simplemente se contentan con que sus hijos asistan a la escuela y no creen problemas en casa. Así, encontramos a muchos jóvenes que viven "a su aire", en una especie de abandono encubierto y que convierten la casa en un hotel en el que duermen y donde, al máximo, cuidan ciertas normas.
El aumento de roturas matrimoniales también ha afectado seriamente a las familias y a la educación de los hijos. Todavía se estudian científicamente los efectos del divorcio en los hijos y nos damos cuenta de que, por desgracia, nuestra sociedad no siempre puede ofrecer una ayuda adecuada a estos niños y jóvenes que requieren una atención muy cercana que les ayude a superar el desarrollo traumático del proceso que viven sus papás.
Otro elemento que tenemos que superar es el de la violencia dentro de las familias. La violencia, física y psicológica, sigue constituyendo una verda-dera epidemia que daña profundamente a todos los miembros de la familia y genera como un germen de violencia para la sociedad entera. Se puede decir que, en gran parte, la violencia que vivimos en la sociedad tiene sus orígenes en hogares donde se cultivó este ambiente de violencia y de falta de respeto mutuo.
La solidez del núcleo familiar es un recurso determinante para la calidad de la convivencia social. Por ello la comunidad civil no puede permanecer in-diferente ante las tendencias disgregadoras que minan en la base sus propios fundamentos. Es necesario, por tanto, que las autoridades públicas "resistiendo a las tendencias disgregadoras de la misma sociedad y nocivas para la digni-dad, seguridad y bienestar de los ciudadanos, procuren que la opinión pública no sea llevada a menospreciar la importancia institucional del matrimonio y de la familia"7. La familia constituye, más que una unidad jurídica, social y económica, una comunidad de amor y de solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y bienestar de los propios miembros y de la sociedad8. 7 JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, 81. 8 8 Cf. PONTIFICIO CONSEJO "JUSTICIA Y PAZ", Compendio de doctrina social de la Iglesia, 229. 9 Documento conclusivo de la V Conferencia General del CELAM, Aparecida, 118. 10 Documento conclusivo de la V Conferencia General del CELAM, Aparecida, 114.
También es esencial la familia para la transmisión y educación de la fe y de los valores más profundos del ser humano. "
Hay que considerar este refortalecimiento de la familia como una tarea urgente pues En el seno de una familia, la persona descubre los motivos y el camino para pertenecer a la familia de Dios. De ella recibimos la vida, la primera experiencia del amor y de la fe. El gran tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite y tes-timonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de su gozosa e irrenuncia-ble responsabilidad en la formación integral de sus hijos"9. "La familia es insustituible para la serenidad personal y para la educación de sus hijos"10.
c. La educación La educación es la base de la regeneración de la sociedad. El reto de formar nuevos ciudadanos constituye la mejor inversión para el futuro de nuestra ciudad.
Debemos combatir la cifra de ocho millones de jóvenes en edad produc-tiva que viven en nuestro país y ni estudian ni trabajan. En Monterrey, como en toda la República mexicana, tenemos que buscar que no haya niños sin es-colarizar y que se ofrezca una educación de la mayor calidad posible, adecua-da a los tiempos, sin perder el fondo cívico y humanista que debe alentar todo proyecto educativo. Antes que técnicos, tenemos que formar seres humanos y ciudadanos.
No podemos resignarnos a considerar como algo normal el ver a nues-tros jóvenes, muchachos y muchachas, ebrios cada fin de semana. Nos están lanzando un mensaje a toda la sociedad, nos piden que les hagamos caso. 9 Tampoco podemos seguir educando a los jóvenes en una cultura de la "tranza", como si el triunfo a cualquier precio fuese el valor más alto por el cual vale la pena todo, hasta la renuncia a todo principio.
Uno de los objetivos que debemos perseguir con mayor ambición es la creación de ambientes sanos después de la escuela. Cada niño, cada joven, de-be tener oportunidad de gozar de ambientes sanos después de sus clases. El deporte, la cultura, la sana diversión, ayudarán a formar mejores ciudadanos. En esto podemos colaborar todos, desde las parroquias hasta las empresas. Los niños y jóvenes de Monterrey tienen el derecho de contar con centros de so-cialización que los ayuden a crecer como personas y a usar debidamente sus tiempos de ocio. No podemos dar por supuesto que el tiempo de ocio solo pueda conducir a la perversión.
Muchos de nuestros jóvenes se quejan de que no cuentan con un futuro profesional en el que poder realizarse, que la escasez de trabajo y los sueldos tan bajos no permiten formar una familia ni tener una estabilidad de vida. Es verdad que su futuro depende en gran parte de ellos que son quienes tienen que forjárselo, pero también tenemos la responsabilidad de ofrecerles un futu-ro profesional. Por eso, la educación tiene que orientarse a facilitarles la entra-da en el mercado de trabajo, pero también, en la medida de nuestras posibili-dades, cada uno, especialmente aquellos sectores que estén involucrados en la economía productiva o financiera, tiene la grave responsabilidad de crear puestos de trabajo dignos en los que los jóvenes puedan desarrollar sus talen-tos y alcanzar una plenitud de vida en la seguridad y en la paz. Este es un pre-supuesto fundamental para construir una sociedad justa y en paz.
Aunque se haya quedado para el final en este recuento, no resulta menos importante el deber de todos de suscitar una sensibilidad social y cívica en nuestros alumnos, en nuestros niños y jóvenes, desde la casa, desde la escuela, desde la parroquia. Una educación centrada solo en los intereses del niño o del joven, o peor aún, orientada solo a un éxito monetario, no ayuda a crear una sociedad renovada y en paz. Hace falta inculcar un sentido de solidaridad real que nos lleve a todos a tomar conciencia de que no vivimos aislados ni existi-mos a pesar de los otros, sino con los otros, en una unidad de destino como miembros de la misma sociedad. El principio de solidaridad, enunciado tam-bién con el nombre de "amistad" o "caridad social", nace de la comunidad de origen y la igualdad de la naturaleza racional en todos los hombres. No es un simple capricho ni una virtud que solo se puede vivir en comunidades peque-ñas o en las familias. No, la solidaridad es un vínculo que nos une y que nos 10 eleva como seres humanos, frente a las tendencias del egoísmo que solo crean avaricia, aislacionismo y conflictos sociales.
d. El Estado Ante la crisis social que vive Monterrey se han escuchado muchas voces alzándose contra el Estado y la autoridad como si solo de ellos dependiese el problema social en el que vivimos. En muchos ciudadanos, la crispación ante la crisis de convivencia y seguridad en la que estamos inmersos, se ha conver-tido automáticamente en una desconfianza ante toda autoridad y en una actitud crítica y amarga ante aquellos que son o deberían ser los garantes del Estado de derecho.
Sin embargo, en estas circunstancias es oportuno recordar que, en el fondo, el Estado somos todos, ya que el Estado no es más que la organización de la sociedad para el ejercicio de la autoridad. Y esto nos tiene que llevar a pensar que nuestros compromisos con el Estado y con la sociedad no terminan el día en que depositamos nuestro voto para elegir a nuestros gobernantes.
Necesitamos crear más espacios de participación para los ciudadanos, pero también tenemos que desarrollar nuestro compromiso con la ciudad y con el país en el que vivimos. La solución no viene solo desde arriba, también te-nemos que construirla desde abajo.
Es verdad que tenemos el derecho de exigir a nuestros gobernantes que actúen con honestidad e inteligencia, con prudencia y eficacia, pero también tenemos el deber que sumarnos a sus iniciativas y medidas. Podemos exigir que se mejoren los sistemas policiales, pero también tenemos el deber de pa-gar nuestros impuestos puntualmente; tenemos el derecho de pedir decisiones eficaces y comprometidas a nuestros gobernantes, pero al mismo tiempo te-nemos el deber de adherirnos a ellas; tenemos todo el derecho de señalar lo que no está bien, pero no podemos escatimar nuestro apoyo a las instituciones, que son y deben ser nuestros garantes de la paz, de la seguridad y de la convi-vencia.
El fenómeno mundial de la globalización hace que decisiones externas tomadas lejos de nuestras fronteras nos afecten decisivamente. Así, por ejem-plo, la apertura a la venta de armas pesadas en Estados Unidos desde 2004 ha extendido el uso de armamentos sofisticados puestos al alcance del crimen organizados. La facilidad de comunicaciones, que es un bien para todos, tam-11 bién se convierte en un recurso para los grupos marginales que actúan fuera de la ley. No nos queda más remedio que adaptarnos a este mundo en el que vi-vimos y tomar decisiones sabias para mejorar aquellos medios que puedan sostener la legalidad y la convivencia social. Si en México hoy podemos hablar de una sociedad abierta, esto tiene que redundar en progreso y desarro-llo y no en miedo y desconfianza.
e. La sociedad La filosofía de trabajo y familia que generó el Monterrey de prosperidad que conocimos, parece haberse debilitado. Poco a poco, el objetivo se centró más en el
En Monterrey se observa un clasismo malsano, fuente de conflictos so-ciales, que rompe el necesario entendimiento mutuo, pilar de la convivencia. El simple rechazo del otro porque no es de "los míos" genera distancia y re-sentimiento. Tenemos que hacer un esfuerzo para superar estas barreras y construir así una paz duradera.
Es el momento para replantearnos los valores que guían nuestro actuar de cada día en la sociedad volviendo a lo que de verdad es importante. Tene-mos que devolver a la dignidad del ser humano su valor central en la sociedad. tener y el parecer que en el hacer y el ser. La sociedad sufrió los efectos de este cambio de mentalidad, y el interés personal prevaleció sobre el sentido social que había inspirado a las generaciones de nuestros padres y abuelos. Aquellas familias luchaban día con día para superarse inspiradas por un fuerte deber social y un ideal de desarrollo personal que solo se concebía unido al desarrollo de México. Hoy se percibe en muchos ambientes un senti-do hedonista de lucro personal desligado de responsabilidades sociales o, peor aún, enfrentado a la sociedad. El ideal es tener más para gozar más, al precio que sea, y sin nada que pueda obstaculizarlo. El mismo concepto de desarrollo o de progreso ha desaparecido de nuestro imaginario social y en nuestros am-bientes estamos cosechando una apatía y un egoísmo que se ha ido sembrando poco a poco. No se puede buscar el enriquecimiento olvidándose de los de-más, especialmente de los más pobres. Hay que hacer un esfuerzo por generar oportunidades de trabajo para que más hermanos nuestros puedan salir de la pobreza. No se puede perder de vista que el desarrollo personal solo es posible cuando se da el progreso de todos; solo se puede vivir realmente mejor si to-dos viven realmente mejor. 12
f. El mundo empresarial11 11 Este párrafo le debe una colaboración generosa al SR. JORGE CHAPA y a las ideas que vertió en su conferen-cia en el Club Industrial de Monterrey el 27 de agosto de 2010.
Monterrey es tierra de grandes empresarios que han construido un futu-ro para muchas familias. Los pioneros del florecimiento empresarial de Mon-terrey destacaron en lo económico y en lo social. En lo social fueron ejemplo cuando concibieron y otorgaron a sus trabajadores prestaciones de vivienda, de bonos de alimentos, de cuidado de la salud y esparcimiento y en algunos casos aún de educación de la familia que en aquellos tiempos resultaban inno-vadores y produjeron justicia, desarrollo y paz. Los empresarios se involucra-ban en las principales tareas de interés colectivo. Apoyaron la creación de ins-tituciones de Educación Superior, participaron en grandes proyectos de infra-estructura, gestionaron instituciones de asistencia y de cultura, entre otras. Eran hombres profundamente comprometidos con la comunidad. Vivían épo-cas de relativa bonanza.
Con la apertura económica de México, las tareas específicas del negocio crecieron en magnitud y relevancia. Casi de pronto, sin tiempo para preparar-se, México se sumergió en la globalización con su competencia que no da tre-gua. Hubo que ajustar costos, perfeccionar sistemas, actualizar tecnologías, aprender a competir lo mismo en el último extremo del mundo que en el mer-cado de la esquina y esta dura competencia internacional ha mermado los re-cursos que pueden invertirse en políticas sociales o en proyectos comunitarios.
Actualmente, la tercera generación de aquellos grandes emprendedores toma el relevo en el liderazgo de la actividad económica. Desde entonces has-ta ahora han cambiado muchas cosas y los escenarios económicos se han vuel-to mucho más complejos. El reciente golpe de la última crisis mundial ha sa-cudido mucho a nuestras empresas y esto ha redundado en un empobrecimien-to de muchas familias. A grandes rasgos, la economía mundial ha dado preva-lencia a la finanza sobre la producción, y los mercados abiertos, libres de re-glas, han generado deudas impagables que repercuten en todo el tejido económico. Sin embargo, en Monterrey se siguen suscitando emprendedores que continúan creando fuentes de empleo y contribuyen al desarrollo con em-presas de calidad mundial. A pesar de todas las barreras generadas por el cri-men organizado, siguen luchando por poner en pie empresas y crear fuentes de trabajo. 13 En el orden económico mundial, se perciben síntomas de recuperación, pero no podemos perder de vista que todavía nos movemos en un escenario económico inestable. De todos modos, esta situación, por más compleja que sea, no nos puede hacer perder de vista la dimensión social del capital. Hoy, más que nunca, los agentes económicos no pueden contentarse solo con buscar enriquecerse, lo cual es legítimo, sino que además deben generar empleo y empleo digno. Una sociedad sin tasas de empleo suficiente es siempre una so-ciedad inestable.
Necesitamos crear una cultura empresarial socialmente responsable te-niendo siempre en cuenta que "la actividad empresarial es buena y necesaria cuando respeta la dignidad del trabajador, el cuidado del medio ambiente y se ordena al bien común. Se pervierte cuando, buscando solo el lucro, atenta contra los derechos de los trabajadores y la justicia"12. 12 Documento conclusivo de la V Conferencia General del CELAM, Aparecida, 122.
El Papa Benedicto XVI presentaba un análisis muy claro en su última carta encíclica Caritas in Veritate, publicada el 29 de junio de 2009. Decía textualmente: "Las actuales dinámicas económicas internacionales, caracteri-zadas por graves distorsiones y disfunciones, requieren también cambios pro-fundos en el modo de entender la empresa. Antiguas modalidades de la vida empresarial van desapareciendo, mientras otras más prometedoras se perfilan en el horizonte. Uno de los mayores riesgos es sin duda que la empresa res-ponda casi exclusivamente a las expectativas de los inversores en detrimento de su dimensión social. Debido a su continuo crecimiento y a la necesidad de mayores capitales, cada vez son menos las empresas que dependen de un úni-co empresario estable que se sienta responsable a largo plazo, y no solo por poco tiempo, de la vida y los resultados de su empresa, y cada vez son menos las empresas que dependen de un único territorio. Además, la llamada deslo-calización de la actividad productiva puede atenuar en el empresario el sentido de responsabilidad respecto a los interesados, como los trabajadores, los pro-veedores, los consumidores, así como al medio ambiente y a la sociedad más amplia que lo rodea, en favor de los accionistas, que no están sujetos a un es-pacio concreto y gozan por tanto de una extraordinaria movilidad. El mercado internacional de los capitales, en efecto, ofrece hoy una gran libertad de ac-ción. Sin embargo, también es verdad que se está extendiendo la conciencia de la necesidad de una responsabilidad social más amplia de la empresa. Aunque no todos los planteamientos éticos que guían hoy el debate sobre la responsa-bilidad social de la empresa son aceptables según la perspectiva de la doctrina 14 social de la Iglesia, es cierto que se va difundiendo cada vez más la convicción según la cual la gestión de la empresa no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de todos los otros sujetos que con-tribuyen a la vida de la empresa: trabajadores, clientes, proveedores de los di-versos elementos de producción, la comunidad de referencia. En los últimos años se ha notado el crecimiento de una clase cosmopolita de manager, que a menudo responde solo a las pretensiones de los nuevos accionistas de referen-cia compuestos generalmente por fondos anónimos que establecen su retribu-ción. Pero también hay muchos managers hoy que, con un análisis más previ-sor, se percatan cada vez más de los profundos lazos de su empresa con el te-rritorio o territorios en que desarrolla su actividad"13. Este análisis del Papa también puede aplicarse a Monterrey, y sus conclusiones son igualmente váli-das para la clase empresarial de nuestra ciudad que ha escrito hermosas pági-nas de compromiso social en la historia de México, y ahora, del mismo modo, está llamada a ejercer su liderazgo y su audacia en la reconstrucción de la so-ciedad regiomontana. 13 BENEDICTO XVI, carta encíclica Caritas in Veritate, 40.
2. Los valores de la reconstrucción
a. El valor moral En la tarea de la reconstrucción de la sociedad regiomontana es impor-tante no perder de vista que el valor moral es el único que debe presentarse como absoluto en el juicio del ser humano sobre su actuar. Todos los demás valores se supeditan a lo
El bien y el mal aparecen en nuestra conciencia como opciones de vida en innumerables actos concretos. Del mismo modo, escuchamos en nuestro interior constantemente una voz que nos repite: "
El bien no se identifica simplemente con lo que me atrae o que me re-sulta agradable o útil. Algo es bueno cuando es lo que bueno o lo malo en sí mismo, que es precisamente lo que nos señala el valor moral. haz el bien y evita el mal". Sin embargo, no siempre seguimos este imperativo y nos inclinamos por op-ciones que pueden proporcionar beneficios concretos al margen de ese bien que se nos presenta en la conciencia, o también puede darse que no exista una clara percepción del bien. debería ser, y algo es "bueno para mí" cuando me ayuda a ser lo que debo ser. El bien aparece 15 cuando yo puedo pensar que lo que hago lo puedo convertir en norma univer-sal, para todos, y deducir que lo que hago es algo que también me gustaría que me hicieran a mí.
La exigencia de vivir en el bien y hacer el bien, así como la de evitar el mal, siempre se presentan como un imperativo, si queremos una sociedad humana, justa y saneada.
El cristianismo nos llama a convertirnos en hombres nuevos, a identifi-carnos con el espíritu y las obras del espíritu. "El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha"14 Cuando obedecemos a la carne y actuamos contra nuestra conciencia, actuamos contra nosotros mismos. Cuando obede-cemos a nuestra conciencia, buscando el bien y evitando el mal, respondemos a nuestras aspiraciones más profundas, las cuales nos llevan a la satisfacción y a la felicidad. 14 Jn 6,63.
15 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1939. 16 BENEDICTO XVI, carta encíclica Caritas in veritate, 38.
b. La solidaridad Hablar de solidaridad no es algo que suena a nuevo en nuestra ciudad. Basta recordar cómo todos sumamos esfuerzos para ayudar a los damnificados en los días posteriores al paso del huracán Alex por nuestra ciudad. Todos hubiéramos querido hacer más por ellos, pues nos parecía poco lo que podía-mos aportar ante el sufrimiento que estaban viviendo. Esos esfuerzos fueron verdaderos gestos de solidaridad.
El principio de solidaridad, enunciado también con el nombre de "cari-dad social", es una exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana15. Todos los seres humanos, por el hecho de ser hermanos, hijos del mismo Dios, estamos unidos en una misma familia. La solidaridad es la dimensión social del amor. "La solidaridad es en primer lugar que todos se sientan responsables de todos; por tanto no se la puede dejar solamente en manos del Estado"16, sino que depende de cada uno. Una sociedad es solidaria solo si sus miembros son solidarios. Y esa solidaridad, en el amor mutuo, requiere e implica, a su vez, una verdadera justicia social, base de la caridad social. 16 La solidaridad debe captarse, ante todo, en su valor de principio social ordenador de las instituciones, según el cual las "estructuras de pecado", que dominan las relaciones entre las personas y los pueblos, deben ser superadas y transformadas en
La solidaridad es una verdadera y propia virtud moral, no un sentimien-to superficial de conmiseración hacia los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que estructuras de solidaridad, mediante la creación o la oportu-na modificación de leyes, reglas de mercado, ordenamientos. todos seamos verdaderamente responsables de todos. La solidaridad se eleva al ran-go de virtud social fundamental, ya que se coloca en la dimensión de la justi-cia, virtud orientada por excelencia al bien común, y en la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a "perderse", en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a "servirlo" en lugar de oprimirlo para el propio17. 17 Cf. PONTIFICIO CONSEJO "JUSTICIA Y PAZ", Compendio de doctrina social de la Iglesia, 193. 18 Catecismo de la Iglesia Católica, 1807; Cf. STO. TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae, II-II, q. 58, a. 1: "iustitia est perpetua et constans voluntas ius suum unicuique tribuendi".
La solidaridad nos tiene que llevar a superar el clasismo y a construir una sociedad más justa.
c. La justicia La solidaridad nos lleva a la justicia, que es como su base, pues no pue-de existir una solidaridad auténtica que no esté basada en la justicia. La justi-cia es otro de los valores imprescindibles para la reconstrucción social de Monterrey; es la base del Estado de derecho y, por ello, el esqueleto legal que sostiene la convivencia pacífica.
La justicia es una constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido18. Por ello, la justicia es, ante todo, una actitud que se convierte en hechos reales, tangibles, no solo un vago deseo. Se traduce en la actitud determinada por la voluntad de reconocer al otro como persona. Es li-bre y fruto de una decisión. 17 Es cierto que "el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política"19 y no de la Iglesia. Pero la Iglesia "no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia"20. 19 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Deus Caritas est, 28. Cf. Documento conclusivo de la V Conferencia General del CELAM, Aparecida, 385. 20 BENEDICTO XVI, Carta encíclica Deus Caritas est, 28. Cf. Documento conclusivo de la V Conferencia General del CELAM, Aparecida, 385. 21 Cf. JUAN PABLO II, Carta encíclica Sollicitudo rei socialis, 40; Catecismo de la Iglesia Católica, 1929. Cf. PONTIFICIO CONSEJO "JUSTICIA Y PAZ", Compendio de doctrina social de la Iglesia, 447, 22 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, 10.
La justicia debe regir las relaciones humanas y sociales, entre personas e instituciones. Debe ser omnipresente, como un criterio de juicio para discer-nir la moralidad de cualquier relación humana o social. Sin justicia no se pue-de hablar de ética, pues la justicia es como el primer paso del actuar rectamen-te; y la justicia comienza con la observancia de la ley.
"La justicia resulta particularmente importante en el contexto actual, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, a pesar de las proclamaciones de propósitos, está seriamente amenazado por la difundida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener. La justicia, conforme a estos criterios, es considerada de forma reducida, mientras que adquiere un significado más pleno y auténtico en la antropología cristiana. La justicia, en efecto, no es una simple convención humana, porque lo que es "
Pero "por sí sola, justo" no está determinado originariamente por la ley, sino por la identidad profunda del ser humano"21. la justicia no basta. Más aún, puede llegar a negarse a sí misma, si no se abre a la fuerza más profunda que es el amor"22. Si la justi-cia es el primer escalón de la moralidad social, el amor es el ideal al que de-bemos tender.
d. El trabajo Uno de los pilares de la vida y la prosperidad de Monterrey ha sido su filosofía del trabajo, considerado como un modo honesto para ganarse la vida, crearse un porvenir y contribuir al desarrollo de la sociedad.
Toca a las instancias públicas y a la sociedad desarrollar e implementar políticas de reducción del desempleo y de creación de nuevas fuentes de traba-jo a las que se debe dar una prioridad indiscutible. El desempleo y el subem- 18 pleo deterioran en las personas la conciencia de su dignidad humana. Con un esfuerzo conjunto entre sociedad y gobierno se debe asegurar a toda persona el acceso al derecho-deber fundamental de tener un empleo digno. El trabajo es-table y justamente remunerado es la solución al círculo vicioso de la pobre-za23. El trabajo digno y estable es una condición indispensable para ofrecer un futuro seguro a cada ciudadano y uno de los principales pilares de la paz so-cial. 23 Conferencia del episcopado mexicano, exhortación pastoral "Que en Cristo, nuestra paz, México tenga vida digna", pág. 93.
El mundo del trabajo debe respetar la
La familia es la gran protagonista de la construcción de la paz; y la vida familiar y el trabajo se condicionan recíprocamente de diversas maneras. Los largos desplazamientos diarios
El reconocimiento y la tutela de los
El fin que se debe buscar es que todos los ciudadanos tengan acceso a un trabajo decente, y eso, como ha recordado Su Santidad el Papa Benedicto XVI, "significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dig-nidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que maternidad y el descanso festivo. Debe respetar a la infancia y debe buscar la justa remuneración de acuerdo a la productividad y los beneficios generados. Para ello, es necesario que las empresas, las organizaciones profesionales, los sindicatos y el Estado se hagan promotores de políticas laborales que no solo no perjudiquen, sino que favo-rezcan el núcleo familiar. al y del puesto de trabajo, el doble trabajo, la fatiga física y psicológica limitan el tiempo dedicado a la vida familiar. Por otro lado, las situaciones de desocupación tienen repercusiones materiales y espirituales sobre las familias, así como las tensiones y las crisis familiares influyen negativamente en las actitudes y el rendimiento en el campo laboral. derechos de las mujeres en el mun-do del trabajo dependen, en general, de la organización del trabajo, que debe tener en cuenta la dignidad y la vocación de la mujer, cuya verdadera promo-ción exige que el trabajo se estructure de manera que no deba pagar su desa-rrollo personal con un menoscabo de su dignidad ni en perjuicio de su familia, en la que como madre tiene un papel insustituible. La tutela de estos derechos de la mujer ofrece una medida del grado de humanización de la sociedad y de su sensibilidad hacia las personas que la integran. Una sociedad que respeta realmente la dignidad de la mujer es una sociedad sólida, humana y rica en valores. 19 asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean res-petados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamen-te con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubila-ción"24. 24 BENEDICTO XVI, carta encíclica Caritas in veritate, 63.
Pero, además de una actividad, el trabajo o la laboriosidad es un valor que produce la alegría de saber que, con el esfuerzo personal, se pueden con-seguir muchas metas para bien de uno mismo y de los demás. El trabajo reali-zado con amor es fuente de muchas satisfacciones personales y palanca de un verdadero progreso.
e. La honestidad Un valor clave en la reconstrucción de nuestra sociedad es la honestidad y la honradez. La permisión de ventas al contado por precios desorbitantes en las que se sospechaba que el origen del dinero no era muy limpio, el "tranzar" en cosas de aparente poca monta, el tráfico de influencias, el ejercicio del "compadrismo", que permite el mal en función de la amistad personal, el no pagar impuestos o el no cubrir el pago de la seguridad social del personal en las empresas o en las casas privadas, ha ido abriendo la puerta a la corrupción y, en ese clima, han prosperado grupos de dudoso origen que se han ido adue-ñando de la ciudad.
Se he permitido mucho el mal y la corrupción, y ahora nos toca una ta-rea ardua de exigencia en la búsqueda de la honestidad total. Tiene que ser cada ciudadano, en su medio ambiente, en su actividad cotidiana, quien se proponga el respeto exquisito de la ley y el no permitirse ni permitir nada que no pueda ofrecer garantías de legalidad. La reconstrucción de la honradez no es tarea de los cuerpos policiales, sino de cada uno de los ciudadanos. Y es
No es fácil promover y vivir el valor de la honestidad. La V Conferen-cia General del episcopado Latinoamericano y del Caribe, reunida en 2007 en indispensable para edificar la paz. 20 Aparecida, constataba que "se necesita mucha fuerza y mucha perseverancia para conservar la honestidad que debe surgir de una nueva educación que rompa el círculo vicioso de la corrupción imperante"25. Y en su mensaje final afirmaba la necesidad de crear "una cultura de la honestidad que subsane la raíz de las diversas formas de violencia, enriquecimiento ilícito y corrup-ción"26. Este mensaje se aplica en nuestra sociedad en el momento presente. Hay que poner en marcha esa fuerza y esa perseverancia para construir una cultura de la honestidad. 25 Documento conclusivo de la V Conferencia General del CELAM, Aparecida, 507. 26 Documento conclusivo de la V Conferencia General del CELAM, Aparecida, Mensaje final, 4.
f. La unión Los juicios apresurados, las descalificaciones sin fundamento y el seña-lamiento de culpabilidades no demostradas, han producido mucha crispación social.
Las divisiones y la sospecha mutua entre los ciudadanos y hacia las au-toridades ha mermado la confianza, factor esencial para el desarrollo social y la convivencia pacífica, y por ello, se impone como tarea prioritaria el recons-truir esta confianza para renovar la convivencia.
En esta crisis de convivencia que vivimos hay que cultivar la bondad de corazón. Esto no quiere decir comportarse ingenuamente ante los problemas que nos encontramos ni pecar de una excesiva confianza, sino tratar de fomen-tar la bondad en el trato con los demás, evitar enfrentamientos innecesarios, no dar cauce a las calumnias y buscar en todo la concordia y el entendimiento, en la tolerancia y el respeto mutuo.
Es cierto que ya no podemos confiar en todos, como también es cierto que los enemigos de la convivencia y los violentos deben ser neutralizados por la sociedad para defender el bien común, pero el resto de los ciudadanos no podemos vernos mutuamente como enemigos, con desconfianza y sospecha, sino como coprotagonistas de un mismo proyecto de convivencia donde todos sumamos esfuerzos, donde todos contamos. Tenemos que estar más unidos que nunca para edificar nuestro futuro común.
La unión también nos tiene que llevar a valorar nuestras raíces cultura-les y religiosas. Ellas son como el cimiento de nuestra convivencia. Las mani-festaciones de nuestra rica cultura mexicana, impregnadas de un profundo sen- 21 tido religioso y de una rica tradición humanista, nos educan en un sentido de comunidad, de alegría y de sana armonía; nos acercan socialmente y hacen que todos, sin distinciones, celebremos con un mismo espíritu. Estos son valo-res que nos ayudan a construir una convivencia social más sana, más humana.
Para los cristianos, la unión tiene una mayor profundidad e importancia que la eleva a comunión, siguiendo el modelo de la Santísima Trinidad27. Por ello, los cristianos tenemos que ser fermento de unión en nuestra sociedad buscando la cercanía a los más necesitados y la confluencia de intereses en el bien común. 27 Cf. Documento conclusivo de la V Conferencia General del CELAM, Aparecida, 155, 161 y 524. 28 Cf. Documento conclusivo de la V Conferencia General del CELAM, Aparecida, 404 y 474. 29 Cf. Mt 8,20.
g. La sana austeridad Tenemos que volver a una sana austeridad, a un modo de vida que no busca
Monterrey era una ciudad cuyos habitantes tenían fama de austeros, de ahorradores, y esa austeridad y esos ahorros se convirtieron en inversiones que generaron desarrollo y progreso. Actualmente, el gasto se dispara muchas ve-ces por encima de las propias posibilidades y eso ahoga a no pocas familias que no están dispuestas a negarse nada, aunque esta situación les suponga vi-vir siempre endeudados. Frecuentemente, no se trata de gastos necesarios, lo cual sería comprensible, sino de desembolsos en bienes superfluos. El resulta-do a largo plazo es la pérdida de la serenidad y la vida en una tensión constan-te por pagar las deudas contraídas. Además, las repercusiones en la actividad económica de las deudas no pagadas acaban afectando a todos. El problema no es tanto tener deudas o no, sino vivir de un modo irrealista con deudas que nunca se podrán saldar.
La austeridad también se puede considerar una virtud cristianatener más que el que vive a mi lado, sino usar lo necesario para vivir cómodamente, sin lujos ni excentricidades, sin jactancias. 28 que nos enseña a usar de los bienes materiales sin vivir para ellos. Esta austeridad nos lleva al desprendimiento, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, que no tenía donde reposar la cabeza29, y es fuente de paz social y de serenidad personal.
h. La paz. 22 Dejo para el final la paz, que es fin y camino, valor e ideal. Es una meta que buscamos como sociedad, pero al mismo tiempo es también una actitud con la que debemos vivir y una virtud que debemos cultivar.
No se puede confundir la paz con la mera ausencia de la guerra, ni se puede reducir al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad se llama "obra de la justicia"30. Efectivamente, la justicia es como la base de la paz. Un Esta-do con una justicia sólida que defiende la seguridad y los derechos de cada ciudadano es un Estado que vive las condiciones imprescindibles para que se pueda dar la paz. 30 Cf. Is 32,7.
31 Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 78. 32 Cf. Documento conclusivo de la V Conferencia General del CELAM, Aparecida, 542.
La paz es el fruto del orden y el entendimiento mutuo. Nace del respeto de leyes justas y del respeto a cada uno. Es fruto de un esfuerzo constante que construye esa paz cada día; pues no se puede considerar como algo adquirido de una vez para siempre. Por eso la paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer.
Dada la fragilidad de la voluntad humana, herida por el pecado, el cui-dado y la promoción de la paz reclaman de cada uno un constante dominio de sí mismo y una vigilancia por parte de la autoridad legítima. El Estado, al que los ciudadanos entregan el poder de la fuerza para imponer el orden y la segu-ridad, es el garante de esa paz. Todos sus organismos locales, estatales y fede-rales, deben ser constructores del orden y de la paz en el respeto a la dignidad de las personas, de sus propiedades y de sus rectas inquietudes.
Sin embargo, aunque se asiente sobre la justicia, la paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar. La justicia es la
La Iglesia, sacramento de reconciliación y de paz, debe trabajar para que los discípulos y misioneros de Cristo sean también "constructores de paz". La Iglesia está llamada a ser una escuela permanente de verdad y justicia, de perdón y reconciliación para construir una paz auténticabase y el amor es el ideal. El amor fraterno fortalece y acrecienta la paz elevándola a la armonía y la comunión. Por ello, se puede decir que la paz so-bre la tierra, nace del amor al prójimo31. 32. 23
Conclusión Miramos hacia el futuro con esperanza. Monterrey ha pasado ya por al-gunas situaciones difíciles en su historia, como los conflictos sociales surgidos el siglo pasado, a finales de los años sesenta, o las crisis económicas de 1973, de 1982 o de 1994. Hemos sobrevivido al huracán Gilbert y al Alex, y siempre hemos encontrado en todos y cada uno de nuestros vecinos los recursos de la ilusión, de la motivación, del esfuerzo personal y del compromiso. Ahora, ante este nuevo reto, nos sostiene la convicción de que vamos a poder y de que vamos a conseguirlo con esfuerzo y dedicación, con sacrificio, pero lo hare-mos por el bien de las futuras generaciones de regiomontanos que nos miran con confianza, seguros de que vamos a dar la medida.
Esta Pascua de Resurrección nos muestra el signo de la cruz como un símbolo de victoria, de entrega y salvación, y nos enseña el sepulcro vacío como el lugar donde se consumó esa victoria, lejos de la curiosidad de los hombres. La cruz y el sepulcro nos muestran que Dios hecho hombre por amor, vencedor de la muerte y del pecado, sigue amándonos fielmente, a pesar de todos nuestros defectos y errores.
Pongo todas estas intenciones en manos de la Santísima Virgen Guada-lupe, verdadera Madre de nuestra patria y de nuestra tierra, para que Ella nos alcance de Dios las bendiciones y las gracias que necesitamos.
UNA TAREA DE TODOS
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Carta pastoral con ocasión de la Pascua de Resurrección
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