miércoles, 11 de diciembre de 2013

CARTA ENCÍCLICA LUMEN FIDEI [2013] DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO: RESUMEN | CEM.ORG.MX

CARTA ENCÍCLICA LUMEN FIDEI [2013] DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO: RESUMEN

Carta Encíclica
"Lumen Fidei"
del Sumo Pontífice Francisco
Resumen preparado por la Secretaría General de la CEM

Fechada el 29 de junio de 2013, solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, el Papa Francisco ha dirigido a los obispos, presbíteros, diáconos, personas consagradas y fieles laicos la primera encíclica de su Pontificado, titulada "Lumen Fidei" (La Luz de la Fe), en el marco del Año de la Fe, convocado por su predecesor en ocasión del 50 aniversario del Concilio Vaticano II y de los 20 años del Catecismo de la Iglesia Católica.
El Papa Francisco comenta que estas consideraciones sobre la fe habían sido prácticamente completadas por el Papa Benedicto XVI. "Se lo agradezco de corazón –dice– y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones. El Sucesor de Pedro, ayer, hoy y siempre, está llamado a «confirmar a sus hermanos» en el inconmensurable tesoro de la fe, que Dios da como luz sobre el camino de todo hombre" (n. 7).
Tras afirmar que quien cree ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino (n. 1), el Santo Padre comenta que muchos contemporáneos nuestros piensan que la fe es ilusoria; que creer es lo contrario de buscar, como decía Nietzsche. Para ellos, la fe es un espejismo que nos impide avanzar con libertad hacia el futuro (n. 2). Sin embargo, poco a poco se ha visto que la luz de la sola razón no logra iluminar suficientemente; que al renunciar a la búsqueda de una luz grande, de una verdad grande, el hombre se ha contentado con pequeñas luces que alumbran el instante fugaz, incapaces de abrir el camino. "Cuando falta la luz, todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas, sin una dirección fija" (n. 3).
Ante esto, el Papa señala que es urgente recuperar el carácter luminoso de la fe, capaz de iluminar toda la existencia del hombre. "La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor… experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud… La fe, que recibimos de Dios como don sobrenatural, se presenta como luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el tiempo… que nos desvela vastos horizontes, y nos lleva más allá de nuestro «yo» aislado, hacia la más amplia comunión" (n. 4).

CAPÍTULO PRIMERO
HEMOS CREÍDO EN EL AMOR
(cf. 1Jn 4,16)
El Papa explica que, dado que la fe nos abre el camino y acompaña nuestros pasos a lo largo de la historia, para entender lo que es, tenemos que considerar el camino de los creyentes, entre los que destaca Abrahán, a quien Dios le dirige la Palabra, revelándose como un Dios capaz de entrar en contacto con el hombre y establecer una alianza con él (n. 8). Lo que esta Palabra comunica a Abrahán es una llamada a salir de su tierra, una invitación a abrirse a la promesa de una vida nueva: ser padre de un gran pueblo (cf. Gn 13,16; 15,5; 22,17) (n. 9). Lo que se pide a Abrahán es que se fíe de esta Palabra, que es lo más seguro e inquebrantable. "El hombre es fiel creyendo a Dios, que promete –escribe san Agustín–; Dios es fiel dando lo que promete al hombre" (In Psal. 32, II) (n.10). El Dios que pide a Abrahán que se fíe totalmente de él, es aquel que es origen de todo y que todo lo sostiene (n. 11).
En el libro del Éxodo, la historia del pueblo de Israel sigue la estela de la fe de Abrahán, hacia la tierra prometida (n. 12). Un pueblo, sin embargo, que ha caído muchas veces en la tentación de la incredulidad, prefiriendo adorar al ídolo, fabricado por el hombre. "La idolatría no presenta un camino, sino una multitud de senderos, que no llevan a ninguna parte, y forman más bien un laberinto. Quien no quiere fiarse de Dios se ve obligado a escuchar las voces de tantos ídolos que le gritan: «Fíate de mi» (n.13).
"La fe, en cuanto asociada a la conversión, es lo opuesto a la idolatría. Creer significa confiarse a un amor misericordioso que siempre acoge y perdona, que sostiene y orienta la existencia, que se manifiesta poderoso en su capacidad de enderezar lo torcido de nuestra historia. La fe consiste en la disponibilidad para dejarse transformar una yotra vez por la llamada de Dios" (n. 13).
En la fe de Israel destaca también la figura de Moisés, el mediador que habla con Dios y transmite a todos la voluntad del Señor. Así, el acto de fe individual se inserta en una comunidad. Esta mediación es difícil de comprender cuando se tiene una concepción individualista y limitada del conocimiento (n. 14).
"Abrahán... saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría" (Jn 8,56).Según estas palabras de Jesús, la fe de Abrahán estaba orientada ya a él. La fe cristiana es confesar que Jesús es el Señor, y Dios lo ha resucitado de entre los muertos (cf. Rm 10,9). La vida de Jesús es la manifestación suprema y definitiva de Dios, de su amor por nosotros. "La fe cristiana es fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo... La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último" (n. 15).
La mayor prueba de la fiabilidad del amor de Cristo se encuentra en su muerte por nosotros (cf. Jn 15,13). "En este amor, que no se ha sustraído a la muerte para manifestar cuánto me ama, es posible creer… nos permite confiarnos plenamente en Cristo" (n. 16). Porque Jesús es el Hijo, porque está radicado de modo absoluto en el Padre, ha podido vencer a la muerte y hacer resplandecer plenamente la vida.
La fe es creer que Cristo es la manifestación máxima del amor de Dios y unirnos a él para poder creer. La fe mira a Jesús y mira desde el punto de vista de Jesús, el Hijo que nos explica a Dios (cf Jn 1,18)."«Creemos a» Jesús cuando aceptamos su Palabra, su testimonio, porque él es veraz (cf Jn 6,30). «Creemos en» Jesús cuando lo acogemos personalmente en nuestra vida y nos confiamos a él, uniéndonos a él mediante el amor y siguiéndolo a lo largo del camino" (n. 17).
Para que pudiésemos conocerlo, acogerlo y seguirlo, el Hijo de Dios ha asumido nuestra carne. La fe cristiana es fe en la encarnación del Verbo y en su resurrección en la carne; es fe en un Dios que se ha hecho tan cercano, que ha entrado en nuestra historia. "La fe en el Hijo de Dios hecho hombre en Jesús de Nazaret no nos separa de la realidad, sino que nos permite captar su significado profundo, descubrir cuánto ama Dios este mundo y cómo lo orienta hacía sí; y esto lleva al cristiano a comprometerse, a vivir con mayor intensidad todavía el camino sobre la tierra" (n. 18).
La fe en Cristo nos salva porque en él la vida se abre radicalmente a un Amor que nos precede y nos transforma, que obra en nosotros y con nosotros; que ilumina el origen y el final de la vida, el arco completo del camino humano (n. 20). El cristiano puede tener los ojos de Jesús, su condición filial, porque se le hace partícipe de su Amor, que es el Espíritu (n. 21). De este modo, la existencia creyente se convierte en existencia eclesial: todos los creyentes forman un solo cuerpo en Cristo. "Los cristianos son «uno» (cf. Ga 3,28), sin perder su individualidad, y en el servicio a los demás cada uno alcanza hasta el fondo su propio ser". La fe se confiesa dentro del cuerpo de Cristo; nace de la escucha y está destinada a convertirse en anuncio (n. 22).

CAPÍTULO SEGUNDO
SI NO CREÉIS, NO COMPRENDERÉIS
(cf. Is 7,9)
"El hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante" (n. 24). En la cultura contemporánea se tiende a aceptar como verdad sólo la verdad tecnológica o las verdades del individuo, relativas. La verdad grande, que explica la vida personal y social en su conjunto, es vista con sospecha, como raíz de los totalitarismos y de los fanatismos (n. 25). Sin embargo, la fe, "aporta la visión completa de todo el recorrido y nos permite situamos en el gran proyecto de Dios; sin esa visión, tendríamos solamente fragmentos aislados de un todo desconocido" (n. 29).
Con su encarnación, Jesús nos ha tocado y, a través de los sacramentos, también hoy nos toca. Con la fe, nosotros podemos tocarlo, y recibir la fuerza de su gracia" (n. 31). La fe puede iluminar los interrogantes de nuestro tiempo. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos. Ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la ciencia (n. 34). Ilumina el camino de todos los que buscan a Dios. Favorece el diálogo con los seguidores de las diversas religiones. Y al configurarse como vía, concierne también a los que, aunque no crean, desean creer y no dejan de buscar. "Quien se pone en camino para practicar el bien se acerca a Dios, y ya es sostenido por él" (n. 35).
Al tratarse de una luz, la fe nos invita a adentrarnos en ella. Del deseo de conocer mejor lo que amamos, nace la teología cristiana, que participa en la forma eclesial de la fe, donde el Magisterio del Papa y de los Obispos en comunión con él, asegura el contacto con la fuente originaria, la Palabra de Dios en su integridad (n. 36).

CAPÍTULO TERCERO
TRANSMITO LO QUE HE RECIBIDO
(cf. 1 Co 15,3)
La fe, que nace de un encuentro, tiene necesidad de transmitirse. Y mediante una cadena ininterrumpida de testimonios llega a nosotros. La Iglesia es una Madre que nos enseña el lenguaje de la fe. "El Amor, que es el Espíritu y que mora en la Iglesia, mantiene unidos entre sí todos los tiempos y nos hace contemporáneos de Jesús, convirtiéndose en el guía de nuestro camino de fe" (n. 38). La Iglesia transmite a sus hijos el contenido de su memoria, mediante la tradición apostólica. En la liturgia, por medio de los sacramentos, se comunica esta riqueza (n. 40). La transmisión de la fe se realiza en primer lugar mediante el bautismo, que nos convierte en hijos adoptivos de Dios. Ahí recibimos también una doctrina que profesar y una forma concreta de vivir, que nos pone en el camino del bien (n. 41). El bautizado, rescatado de la muerte, "puede ponerse en pie sobre el «picacho rocoso» (cf. Is 33,16) porque ha encontrado algo consistente donde apoyarse" (n. 43).
San Agustín decía que a los padres corresponde no sólo engendrar a los hijos, sino también llevarlos a Dios, para que sean regenerados como hijos de Dios por el bautismo y reciban el don de la fe (cf. De nuptiis et concupiscentia, I,4,5) (n. 43). La naturaleza sacramental de la fe alcanza su máxima expresión en la Eucaristía, alimento para la fe, "encuentro con Cristo presente realmente con el acto supremo de amor, el don de sí mismo, que genera vida; que nos introduce, en cuerpo y alma, en el movimiento de toda la creación hacia su plenitud en Dios" (n. 44).
En la celebración de los sacramentos, la Iglesia transmite su memoria, en particular mediante la profesión de fe, en la que "toda la vida se pone en camino hacia la comunión plena con el Dios vivo". El Credo tiene una estructura trinitaria. Así afirma que el secreto más profundo de todas las cosas es la comunión divina; que este Dios comunión, intercambio de amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu, es capaz de abrazar la historia del hombre, de introducirla en su dinamismo de comunión. Quien confiesa la fe, "no puede pronunciar con verdad las palabras del Credosin ser transformado, sin inserirse en la historia de amor que lo abraza, que dilata su ser haciéndolo parte de una comunión grande, la Iglesia" (n. 45).
Otros dos elementos esenciales en la transmisión fiel de la memoria de la Iglesia son la oración del Señor, el Padrenuestro, y el decálogo (cf. Ex 20,2), cuyos preceptos, que alcanzan su plenitud en Jesús (cf. Mt 5-7),"hacen salir del desierto del «yo» cerrado en sí mismo, y entrar en diálogo con Dios, dejándose abrazar por su misericordia para ser portador de su misericordia" (n. 46).
La fe debe ser confesada en su pureza e integridad (cf. 1 Tm 6,20) (n. 48). Como servicio a la unidad de la fe y a su transmisión íntegra, el Señor ha dado a la Iglesia el don de la sucesión apostólica. El Magisterio habla siempre en obediencia a la Palabra originaria sobre la que se basa la fe (n. 49).

CAPÍTULO CUARTO
DIOS PREPARA UNA CIUDAD PARA ELLOS
(cf. Hb 11,16)
Al presentar la fe de los patriarcas y de los justos del Antiguo Testamento, la Carta a los Hebreos pone de relieve que ésta no es sólo un camino, sino también edificación de un lugar en el que los hombres puedan convivir (cf. 11,7) (n. 50). Por su conexión con el amor (cf. Ga 5,6), la fe ilumina las relaciones humanas; se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz. Permite comprender la arquitectura de las relaciones humanas, porque capta su fundamento último y su destino definitivo en Dios, y así ilumina el arte de la edificación, contribuyendo al bien común. "Su luz no luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para construir una ciudad eterna en el más allá; nos ayuda a edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza… Las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios" (n. 51).
El primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia. Fundados en este amor, hombre y mujer pueden prometerse amor mutuo para toda la vida. La fe, además, ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza la generación de los hijos. (n. 53). En la familia, la fe está presente en todas las etapas de la vida. Por eso, es importante que los padres cultiven prácticas comunes de fe en la familia. Sobre todo los jóvenes deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la Iglesia. "Los jóvenes aspiran a una vida grande. El encuentro con Cristo amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime... Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos" (n. 52).
"¡Cuántos beneficios ha aportado la mirada de la fe a la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común! Gracias a la fe, hemos descubierto la dignidad única de cada persona, que no era tan evidente en el mundo antiguo" (n. 54). La fe nos hace respetar más la naturaleza; nos invita a buscar modelos de desarrollo que consideren la creación como un don del que todos somos deudores; nos enseña a identificar formas de gobierno justas, reconociendo que la autoridad viene de Dios para estar al servicio del bien común. La fe afirma también la posibilidad del perdón e ilumina la vida en sociedad, poniendo todos los acontecimientos en relación con el origen y el destino de todo en el Padre que nos ama (n. 55).
Incluso, en la hora de la prueba, la fe nos ilumina. Por eso el Salmo 116 exclama: "Tenía fe, aún cuando dije: «¡Qué desgraciado soy!»" (v. 10). El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en Dios, que no nos abandona, y de crecimiento en la fe y en el amor. Viendo la unión de Cristo con el Padre, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz (cf. Mc 15,34), el cristiano aprende a participar en la misma mirada de Cristo. La muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe, el último "sal de tu tierra y ven", pronunciado por el Padre (n. 56).
La luz de la fe no nos lleva a olvidamos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y darnos luz. La fe va de la mano de la esperanza porque, aunque nuestra morada terrenal se destruye, tenemos una mansión eterna, que Dios ha inaugurado ya en Cristo, en su cuerpo (cf 2 Co4,16-5,5). "En unidad con la fe y la caridad, la esperanza nos proyecta hacia un futuro cierto, que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día" (n. 57).
BIENAVENTURADA LA QUE HA CREÍDO (Lc 1,4.5)
"La Madre del Señor es icono perfecto de la fe, como dice santa Isabel: «Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1,45). En la plenitud de los tiempos, la Palabra de Dios fue dirigida a María, y ella la acogió con todo su ser para que tomase carne en ella y naciese como luz para los hombres" (n. 58). A ella nos encomendamos, pidiendo que "esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo" (60).

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martes, 10 de diciembre de 2013

Evangelii Gaudium, Ex.Ap., Francisco, 2013. Resumen de la CEM

Evangelii Gaudium, Ex.Ap., Francisco, 2013. Resumen de la CEM



En esta su primera Exhortación Apostólica, el Papa Francisco, fundamentándose en la Palabra de Dios y considerando el magisterio pontificio y de los episcopados del mundo –particularmente el documento Aparecida–, así como la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema La nuevaevangelización para la transmisión de la fe cristiana, nos muestra la continuidad de la fe y nos invita a ser audaces discípulos misioneros de Cristo, compartiendo a todos el gozo del Evangelio. 

Introducción
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (n. 1). “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada… Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros” (n. 2). Ante esta triste realidad, “pido a cada cristiano que renueve su encuentro personal con Jesucristo” (n. 3).
“El Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría” (cfr. Lc 1,28;1,41; 1,47; Jn 3,29; Lc 10,21; Jn 15,11). Quien “ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros? (9) “Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal… un evangelizador no debería tener cara de funeral (n. 5) Cristo «ha traído consigo toda novedad» (san Irineo, Adversus haereses, IV, c. 34, n. 1). “Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad” (n. 6).
“La evangelización convoca a todos y se realiza fundamentalmente en tres ámbitos: la pastoral ordinaria, destinada a encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y a los que conservan una fe católica, aunque no participen frecuentemente del culto; el ámbito de « las personas bautizadas que no viven las exigencias del Bautismo »; y quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado (n. 12). Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. “Los Obispos latinoamericanos afirmaron que ya « no podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos »y que hace falta pasar « de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera » (Aparecida, 548)
Con una actitud descentralizadora (16), el Papa, sin pretender remplazar a los episcopados locales en el discernimiento de las problemáticas que se plantean en sus territorios, ofrece orientaciones que puedan impulsar en toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo (17):
a) La reforma de la Iglesia en salida misionera.
b) Las tentaciones de los agentes pastorales.
c) La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza.
d) La homilía y su preparación.
e) La inclusión social de los pobres.
f) La paz y el diálogo social.
g) Las motivaciones espirituales para la tarea misionera.

CAPÍTULO PRIMERO 
LA TRANSFORMACIÓN MISIONERA DE LA IGLESIA 

La evangelización obedece al mandato misionero de Jesús (cfr. Mt 28,19-20) (19).  “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan... «Primerear» es experiencia de la iniciativa del Señor, que nos ha primereado en el amor (cfr. 1 Jn4,10), y como Èl, buscar a los lejanos y excluidos, para brindar misericordia. Como consecuencia, la Iglesia sabe « involucrarse », “achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario... Luego, acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico” (n. 24). 
“Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización... La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras” (n. 27)
“La parroquia… puede tomar formas muy diversas que requieren la docilidad y la creatividad misionera del Pastor y de la comunidad… Esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo… La parroquia es presencia eclesial en el territorio” (n. 28) “Las demás instituciones eclesiales, comunidades de base y pequeñas comunidades, movimientos y otras formas de asociación, son una riqueza de la Iglesia que el Espíritu suscita para evangelizar… es muy sano que no pierdan el contacto con esa realidad tan rica de la parroquia del lugar, y que se integren en la pastoral orgánica de la Iglesia particular. Esta integración evitará que se queden sólo con una parte del Evangelio y de la Iglesia, o que se conviertan en nómadas sin raíces” (n. 29).
“Cada Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo, también está llamada a la conversión misionera” (n. 30). El Obispo debe favorecer los mecanismos de participación que propone elCódigo de Derecho Canónico y otras, “con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos” (n. 31).
“Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización… El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara (Ut unum sint, 95). Hemos avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan… conversión pastoral… por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal… Una excesiva centralización… complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera (n. 32).
“Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores… Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral” (n. 33). “Una pastoral en clave misionera no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia. Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario” (n. 35).
“Todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio, cuyo núcleo fundamental es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado” (n. 36). “Santo Tomás de Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden. « En sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias (Summa TheologiaeII-II, q. 30, art. 4. Cf. ibíd. q. 30, art. 4, ad 1)” (n. 37).
“No hay que mutilar la integralidad del mensaje del Evangelio... Cuando la predicación es fiel al Evangelio, se manifiesta con claridad la centralidad de algunas verdades y queda claro que la predicación moral cristiana no es una ética estoica… El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos…” (n. 39).
“En su constante discernimiento, la Iglesia también puede reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio… No tengamos miedo de revisarlas… hay normas o preceptos eclesiales que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa. Santo Tomás de Aquino, citando a san Agustín, advertía que los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación” (n. 43).
« La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales » (Catecismo de la Iglesia católica, 1735). Por lo tanto, sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible” (n. 44).
“Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido” (n. 46).  “La Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre… Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial… La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles…  la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (n. 47). 
“Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo… Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida” (n. 49).

CAPÍTULO SEGUNDO 
EN LA CRISIS DEL COMPROMISO COMUNITARIO 

“La humanidad vive en este momento un giro histórico... Son de alabar los avances que contribuyen al bienestar de la gente... Sin embargo, la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente. El miedo y la desesperación, incluso en los llamados países ricos. La falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente” (nn. 51-52). 
“Hoy tenemos que decir « no a una economía de la exclusión y la inequidad ». Se considera al ser humano como un bien de consumo. Hemos dado inicio a la cultura del « descarte ». Con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive” (n. 53).
“Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero... La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! (nn. 54-55).
“Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios” (n. 57). “Una reforma financiera que no ignore la ética requeriría un cambio de actitud enérgico por parte de los dirigentes políticos ¡El dinero debe servir y no gobernar! Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética a favor del ser humano” (n. 58). 
“Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia… no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Es el mal cristalizado en estructuras sociales injustas, a partir del cual no puede esperarse un futuro mejor” (n. 59).
“Una cultura en la cual cada uno quiere ser el portador de una propia verdad subjetiva, vuelve difícil que los ciudadanos deseen integrar un proyecto común más allá de los beneficios y deseos personales” (n. 61). “En la cultura predominante, el primer lugar está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio. Lo real cede el lugar a la apariencia. En muchos países, la globalización ha significado un acelerado deterioro de las raíces culturales con la invasión de tendencias pertenecientes a otras culturas, económicamente desarrolladas pero éticamente debilitadas (n. 62) 
“La fe católica de muchos pueblos se enfrenta hoy con el desafío de la proliferación de nuevos movimientos religiosos (que)… vienen a llenar, dentro del individualismo imperante, un vacío dejado por el racionalismo secularista. Además… si parte de nuestro pueblo bautizado no experimenta su pertenencia a la Iglesia, se debe también a la existencia de unas estructuras y a un clima poco acogedores en algunas de nuestras parroquias y comunidades, o a una actitud burocrática… En muchas partes hay un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como una sacramentalización sin otras formas de evangelización” (n. 63).
“El proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada …Por consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores” (n. 64).
“A pesar de toda la corriente secularista que invade las sociedades, en muchos países  la Iglesia católica es una institución creíble ante la opinión pública, en lo que respecta al ámbito de la solidaridad y de la preocupación por los más carenciados”. Ha servido de mediadora en la solución de conflictos, en la defensa de la vida, los derechos humanos y ciudadanos, etc. ¡Y cuánto aportan las escuelas y universidades católicas en todo el mundo!” (n. 65).
“La familia, célula básica de la sociedad, atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales” (n. 66). “El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas… Por otra parte… se manifiesta una sed de participación de numerosos ciudadanos que quieren ser constructores del desarrollo social y cultural”. (n. 67)
“Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio…  En el caso de las culturas populares de pueblos católicos, podemos reconocer algunas debilidades que todavía deben ser sanadas por el Evangelio: machismo, alcoholismo, violencia doméstica, escasa participación en la Eucaristía, creencias fatalistas o supersticiosas que hacen recurrir a la brujería, etc. Pero es precisamente la piedad popular el mejor punto de partida para sanarlas y liberarlas” (n. 69).
“Necesitamos reconocer la ciudad desde una mirada contemplativa, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, (que) acompaña las búsquedas sinceras que personas y grupos realizan para encontrar apoyo y sentido a sus vidas. Él vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia” (n. 71). “Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas… No hay que olvidar que la ciudad es un ámbito multicultural… La Iglesia está llamada a ser servidora de un difícil diálogo” (n. 74).
“En las ciudades fácilmente se desarrollan el tráfico de drogas y de personas, el abuso y la explotación de menores, el abandono de ancianos y enfermos, varias formas de corrupción y de crimen… Las casas y los barrios se construyen más para aislar y proteger que para conectar e integrar. La proclamación del Evangelio será una base para restaurar la dignidad de la vida humana en esos contextos… un programa y un estilo uniforme e inflexible de evangelización no son aptos para esta realidad” (n. 75). 
“El aporte de la Iglesia en el mundo actual es enorme. Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor: ayudan a tanta gente” (n. 76). 
“Como hijos de esta época, todos nos vemos afectados de algún modo por la cultura globalizada actual que, sin dejar de mostrarnos valores y nuevas posibilidades, también puede limitarnos, condicionarnos e incluso enfermarnos… necesitamos crear espacios motivadores y sanadores para los agentes pastorales” (n. 77). 
“Hoy se puede advertir en muchos agentes pastorales, incluso en personas consagradas, una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida… la vida espiritual se confunde con algunos momentos religiosos que brindan cierto alivio pero que no alimentan el encuentro con los demás, el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora. Son tres males que se alimentan entre sí” (n. 78).
“La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces transmiten una marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia y un cierto desencanto. Como consecuencia, muchos agentes pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad que les lleva a relativizar u ocultar su identidad cristiana… Terminan ahogando su alegría misionera” (n. 79) ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!” (n. 80)
“Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo… Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo: « Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad » (2 Co 12,9). El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria” (n. 85). “¡No nos dejemos robar la esperanza!” (n. 86)
“Hoy, que las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado desarrollos inauditos, sentimos el desafío… de apoyarnos… De este modo, las mayores posibilidades de comunicación se traducirán en más posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos” (n. 87). “El ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza… las actitudes defensivas … el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el… otro… El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura” (n. 88).
“Un desafío importante es mostrar que la solución nunca consistirá en escapar de una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo nos comprometa con los otros” (n. 91). “La mundanidad espiritual… es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal (n. 93). “Esta mundanidad puede alimentarse especialmente en el gnosticismo, el subjetivismo o  el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas” (n. 94).
“En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo de Dios y en las necesidades concretas de la historia… En otros, la mundanidad espiritual se esconde detrás de una fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas… en un embeleso por las dinámicas de autoayuda... en una densa vida social… en un funcionalismo empresarial...” (n. 95). “¡Cuántas veces soñamos con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados, propios de generales derrotados!” (n. 96).
“Dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas guerras!... Algunos dejan de vivir una pertenencia cordial a la Iglesia por alimentar un espíritu de « internas »... A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente… ¡Atención a la tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto!” (nn. 98-99). ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!” (n. 101).
“Los laicos son simplemente la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados… En algunos casos… no se formaron para asumir responsabilidades importantes, en otros por no encontrar espacio en sus Iglesias particulares para poder expresarse y actuar, a raíz de un excesivo clericalismo... Si bien se percibe una mayor participación de muchos en los ministerios laicales, este compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico. Se limita muchas veces a las tareas intraeclesiales…La formación de laicos y la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales constituyen un desafío pastoral importante” (n. 102).
“La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad… todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia… en el ámbito laboral  y en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales” (n. 103). “El sacerdocio reservado a los varones… no se pone en discusión” (n. 104). 
“Aunque no siempre es fácil abordar a los jóvenes, se creció en dos aspectos: la conciencia de que toda la comunidad los evangeliza y educa, y la urgencia de que ellos tengan un protagonismo mayor… son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo … ¡Qué bueno es que los jóvenes sean «callejeros de la fe», felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza!” (n. 106).
“En muchos lugares escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada…  Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas… a pesar de la escasez vocacional, hoy se tiene más clara conciencia de la necesidad de una mejor selección de los candidatos al sacerdocio” (n. 107).
“Es conveniente escuchar a los jóvenes y a los ancianos. Ambos son la esperanza de los pueblos” (n. 108). “Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!” (n. 109). 

CAPÍTULO TERCERO 
EL ANUNCIO DEL EVANGELIO 

“La salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia. Esta salvación, que realiza Dios y anuncia gozosamente la Iglesia, es para todos. Ser Iglesia es ser Pueblo de Dios… ser el lugar de la misericordia, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio (nn. 112-114).
“Este Pueblo de Dios se encarna en los pueblos de la tierra, cada uno de los cuales tiene su cultura propia… el cristianismo no tiene un único modo cultural, sino que, «permaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado» (Novo Millennio ineunte, 40). No podemos pretender que los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia, porque la fe no puede encerrarse dentro de los confines de la comprensión y de la expresión de una cultura (nn. 115-118).
“En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cfr. Mt 28,19)…  no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo… miremos a los primeros discípulos, quienes inmediatamente después de conocer la mirada de Jesús, salían a proclamarlo gozosos (Jn 1,41)… ¿A qué esperamos nosotros?” (nn. 119-120). Por supuesto que todos estamos llamados a crecer como evangelizadores. Procuramos una mejor formación… todos tenemos que dejar que los demás nos evangelicen constantemente” (n. 121).
“En la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo… Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos… son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización (nn. 123-126).
“Hoy que la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata (nn. 127-129)
“El anuncio a la cultura implica también un anuncio a las culturas profesionales, científicas y académicas. Se trata del encuentro entre la fe, la razón y las ciencias, que procura desarrollar un nuevo discurso de la credibilidad, una original apologética que ayude a crear las disposiciones para que el Evangelio sea escuchado por todos” (n. 132). “Las Universidades son un ámbito privilegiado para pensar y desarrollar este empeño evangelizador de un modo interdisciplinario e integrador. Las escuelas católicas, que intentan siempre conjugar la tarea educativa con el anuncio explícito del Evangelio, constituyen un aporte muy valioso a la evangelización de la cultura” (n. 134).
“La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo… puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento (n. 135). La preparación de la predicación es una tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral (n. 145).
“Hay una forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos « lectio divina » (n. 152).
La evangelización también busca el crecimiento, que implica tomarse muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene sobre ella. La educación y la catequesis están al servicio de este crecimiento. El evangelizador requiere ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena (nn. 160-165). “La Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana” (n. 174).

CAPÍTULO CUARTO 
LA DIMENSIÓN SOCIAL DE LA EVANGELIZACIÓN

“La tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser humano” (n. 182). “Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional... Una auténtica fe siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo... Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita… La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor” (nn. 183-184). “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad” (n. 187).
“Puesto que esta Exhortación se dirige a los miembros de la Iglesia católica quiero expresar con dolor que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual... La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria… nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social… Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales (nn. 200-202). 
“La dignidad de cada persona humana y el bien común son cuestiones que deberían estructurar toda política económica” (n. 203). “El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo (n. 204).
“¡Pido a Dios que crezca el número de políticos capaces de entrar en un auténtico diálogo que se oriente eficazmente a sanar las raíces profundas y no la apariencia de los males de nuestro mundo! La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común… ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! Es imperioso que los gobernantes y los poderes financieros procuren que haya trabajo digno, educación y cuidado de la salud para todos los ciudadanos. ¿Y por qué no acudir a Dios para que inspire sus planes?... a partir de una apertura a la trascendencia podría formarse una nueva mentalidad política y económica que ayudaría a superar la dicotomía entre la economía y el bien común social” (n. 205).
“Jesús, el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona, se identifica especialmente con los más pequeños (cf. Mt 25,40). Esto nos recuerda que todos los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra: los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, los migrantes” (nn. 209-210), quienes son objeto de las diversas formas de trata de personas. “No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad. En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda” (n. 211). 
“Doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos. Sin embargo, también entre ellas encontramos constantemente los más admirables gestos de heroísmo cotidiano” (n. 212).
“Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, a quienes se les quiere negar su dignidad humana quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo… La sola razón es suficiente para reconocer el valor inviolable de cualquier vida humana… No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana” (n. 213).
“Hay otros seres frágiles e indefensos, que muchas veces quedan a merced de los intereses económicos o de un uso indiscriminado. Me refiero al conjunto de la creación. Los seres humanos no somos meros beneficiarios, sino custodios de las demás criaturas (n. 215).
Cuatro principios para avanzar en la construcción de un pueblo: el tiempo es superior al espacio. Este principio permite trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos… Se trata de privilegiar las acciones que generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos. Nada de ansiedad, pero sí convicciones claras y tenacidad (nn. 222-223).
El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada… la manera más adecuada de situarse ante el conflicto es aceptarlo, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. 228. De este modo, se hace posible desarrollar una comunión en las diferencias: la unidad es superior al conflicto (nn. 226-228).
Existe también una tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad (n. 231). Entre la globalización y la localización también se produce una tensión. El todo es más que la parte. Siempre hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos. Pero hay que hacerlo sin desarraigos (nn. 234-235).
La evangelización también implica un camino de diálogo: el diálogo con los Estados, con la sociedad —que incluye el diálogo con las culturas y con las ciencias— y con otros creyentes que no forman parte de la Iglesia católica. En todos los casos la Iglesia habla desde la luz que le ofrece la fe y aporta su experiencia de dos mil años que conserva siempre en la memoria las vidas y sufrimientos de los seres humanos (n. 238). Todo para proclamar « el evangelio de la paz » (Ef 6,15) (n. 239)

CAPÍTULO QUINTO
EVANGELIZADORES CON ESPÍRITU 

“Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo… que oran y trabajan (n. 259). La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido... Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo… El verdadero misionero sabe que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él. Unidos a Jesús, buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama. En definitiva, lo que buscamos es la gloria del Padre” (nn. 264-267).
Imitando a Jesús  deseamos integrarnos a fondo en la sociedad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros con la fuerza de la ternura. Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros.  La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida... Yo soy una misión… cada persona es digna de nuestra entrega… porque es obra de Dios, criatura suya (nn. 271-274). 
Para mantener vivo el ardor misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque Él « viene en ayuda de nuestra debilidad » (Rm 8,26). y procurar la intercesión (nn. 280-281). 
“En la cruz Jesús nos dejaba a su madre como madre nuestra. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida... Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios… Como a san Juan Diego, María… dice al oído: « No se turbe tu corazón… ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? » (Nican Mopohua, 118-119). (nn. 285-286). 
“A la Madre del Evangelio viviente le pedimos que interceda para que esta invitación a una nueva etapa evangelizadora sea acogida por toda la comunidad eclesial” (nn. 288). “Hay un estilo mariano en la actividadevangelizadora de la Iglesia… lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes. Es también la que conserva cuidadosamente « todas las cosas meditándolas en su corazón » (Lc 2,19)”.
“María es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás « sin demora » (Lc 1,39) (n. 288).